Cómo el mundo debería negociar con Donald Trump
Janan Ganesh© 2024 The Financial Times Ltd.
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Janan Ganesh© 2024 The Financial Times Ltd.
Trump, el favorito para la nominación presidencial republicana, es, hasta un punto que incluso a sus observadores más cercanos les cuesta entender, transaccional. Y no de forma astuta. Él habita en un mundo anterior a David Ricardo, si no anterior a Adam Smith, en el que la riqueza se entiende como un pastel del que las naciones compiten por una parte; más para ti, significa menos para mí.
Si EEUU tiene un déficit por cuenta corriente con China, “ipso facto” está perdiendo. Si el país paga una desproporcionada porción de la factura de la OTAN, es un tonto. Ni te molestes en enumerar todo lo que EEUU recibe a cambio. Para tratar con Trump, primero hay que aceptar su visión de suma cero de las cosas como algo inquebrantable.
“El expresidente de Estados Unidos está obsesionado con el dinero, pero su historial sugiere que no siempre regatea al máximo”.
Esto deja a Europa —la cual se siente cada vez más amenazada por el posible regreso de Trump a la Casa Blanca— en un dilema peor y mejor de lo que algunos piensan. Trump estaría dispuesto a abandonarla por un dólar. Pero también se le puede convencer de que no lo haga por un dólar. Si el continente gasta más en defensa —ya ha empezado a hacerlo—, su principal queja con la OTAN desaparece.
En otras palabras, cuando Trump refunfuña sobre los aliados “delincuentes”, no se refiere a algo más amplio, profundo o grandioso. No está hablando de desprecio por el Occidente o de admiración por los dictadores depredadores. Esas opiniones, aunque las tenga, son marginales al lado de su eterna convicción de que EEUU está siendo estafado.
El reto para los grandes pensadores en la era de Trump es aceptar que aquí hay alguien inmerso en la trivialidad de las cuentas y de las facturas. Pero si se puede hacer ese descubrimiento mental, se vuelve un poco menos intimidante. Trump tiene —en el sentido no corrupto— un precio.
Y no uno exorbitante. La otra cosa que hay que recordar de Trump es que él quiere declarar la victoria en una negociación. Por eso, no insiste en llegar a los términos más estrictos. En 2018, se conformó con una versión revisada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) —consiguiendo algunas demandas y dejando otras de lado— en lugar de abandonarlo completamente.
En 2020, Trump firmó lo que llamó una tregua comercial “histórica” con China. ¿A cambio de qué? Un compromiso inaplicable de comprar US$ 200 mil millones más en productos estadounidenses. Su amor propio es de doble filo, ya que lo impulsa a iniciar disputas, pero también a resolverlas en los términos que él pueda poner como suyos. De hecho, es difícil saber qué lo ofende más: ser el ingenuo de un acuerdo o ser considerado impotente para modificarlo.
En caso de un ataque a la OTAN, ¿defendería Trump a los aliados? Dado que el Artículo 5, el cual establece el principio de defensa colectiva, ha sido invocado una sola vez en 75 años, es una pregunta intrínsecamente imposible de responder. La pregunta más práctica es cómo evitar que él abandone la OTAN o que, mientras tanto, la subfinancie, o que la socave con su retórica. La respuesta es tomarle la palabra y abordar la cuestión del dinero. No es un código para otra cosa.
Un gesto financiero tendría más éxito con él — permitiéndole presumir de “Miren lo que les he sacado a los europeos” — de lo que sugiere su intransigencia externa. Trump no es ingenuo, pero tanto sus seguidores como sus enemigos le atribuyen un peso filosófico —como salvador de la cristiandad o fascista de la década de 1930— que no le corresponde. Sus preocupaciones no están a ese nivel de abstracción.
Formada en base a ideas, la clase política ve en términos grandilocuentes —”autoritario” esto, “aislacionista” lo otro— a un hombre que es, básicamente, un avaro. La regla por excelencia para negociar con Trump es que nadie lo hará peor que un intelectual.